Una advertencia que lleva más de una década
En esta columna, Ricardo L. Mascheroni recuerda que hace más de diez años alertaba sobre la depredación ictícola, convencido de que aún había tiempo para actuar. En aquel momento, sostenía que, de no tomarse decisiones firmes, se estaría frente a una verdadera “crónica de una muerte anunciada”.
Hoy, sus advertencias parecen cumplirse: los ríos se han convertido en espacios donde la vida acuática disminuye aceleradamente, afectando a pescadores, comunidades y a todo el ecosistema.
“Ya no hay peces en los ríos”
Mascheroni subraya que la frase se escucha cada vez con más frecuencia entre quienes antes vivían, trabajaban o disfrutaban de la pesca en los cursos de agua del país.
Se pregunta entonces qué ocurrió para llegar a esta situación en tan pocos años, donde ríos que antes eran sinónimo de abundancia hoy parecen casi desiertos húmedos.
Un recurso público, pero aprovechado por pocos
En su análisis, el autor señala que el avance del negocio exportador ha concentrado la explotación pesquera en manos de menos de una decena de frigoríficos, que se “llevan la parte del león” de un recurso que pertenece a todos.
Ricardo L. Mascheroni cita a Gandhi para reforzar su reflexión:
“La tierra produce lo suficiente para todos, pero no para la avidez de algunos”.
Una extinción causada por el hombre
Para el autor, la situación actual se asemeja a una extinción masiva como la de los dinosaurios, con una diferencia esencial: en este caso, las causas no son naturales, sino humanas.
Sostiene que no basta con la preocupación de los organismos de control, ya que el escenario requiere decisiones rápidas y contundentes para evitar el colapso total del ecosistema fluvial.
Propuesta: prohibir la pesca comercial para exportación
Mascheroni plantea una medida drástica pero directa:
prohibir la pesca comercial para exportación durante varios años, permitiendo que las especies puedan recuperar sus poblaciones.
Advierte que la desaparición comenzó con el manguruyú, siguió con el pacú y continúa con el resto de las especies, y que, si no se actúa ahora, el proceso será irreversible.
¿Qué explicación daremos en el futuro?
El autor también interpela a la sociedad:
¿Qué les diremos a las próximas generaciones si dejamos extinguir especies enteras sin reaccionar?
Si bien reconoce que la situación del país genera prioridades urgentes, no considera aceptable que eso justifique la inacción frente a una depredación ambiental sostenida.
Por ello, Mascheroni convoca a la ciudadanía a expresarse, involucrarse y evitar que esta generación sea recordada por su silencio.
La opinión completa
R.I.P. PECES
Hace más de una década, bajo los títulos SOS Peces y Paremos la Depredación, escribí algunas reflexiones sobre la situación crítica de la fauna ictícola, convencido de que todavía estábamos a tiempo de frenar la destrucción de nuestros ríos. En aquellos artículos advertía que, si no se actuaba con energía, rapidez y decisión, estaríamos frente a una nueva “crónica de una muerte anunciada”.
En aquel momento ya intuía que la realidad nos empujaba hacia una etapa terminal, y lo más preocupante era que el tiempo comenzaba a agotarse. Lamentablemente, aquellos pronósticos alarmantes se han confirmado con creces.
Hoy, la expresión “ya no hay peces en nuestros ríos” se escucha con frecuencia en boca de quienes años atrás vivían de la pesca, la practicaban por esparcimiento o la sostenían como comercio de subsistencia.
Debemos preguntarnos qué ocurrió para que, en tan pocos años, nuestros cursos de agua se transformaran en desiertos húmedos, donde la vida es casi imposible y su riqueza natural parece haber desaparecido.
También corresponde reflexionar acerca de cómo un recurso que es patrimonio de todos terminó siendo apropiado casi en exclusiva por menos de una decena de frigoríficos, que se llevan la mayor parte del beneficio. ¿Por qué unos pocos en detrimento de muchos?
Gandhi decía: “La tierra produce lo suficiente para todos, pero no para la avidez de algunos.”
Salvando las distancias, estamos presenciando un proceso comparable a la extinción de los dinosaurios, con una diferencia fundamental: ellos desaparecieron por causas naturales, mientras que los peces lo hacen por acción del ser humano.
Ya no alcanza con la mera preocupación de los organismos de control. Se necesitan acciones urgentes si queremos salvar algo de la debacle. A grandes males, grandes remedios.
Entiendo —y lo digo a riesgo de equivocarme— que ante este panorama solo queda prohibir la pesca comercial destinada a exportación durante varios años, para permitir la recuperación de las especies. De lo contrario, asistiremos a la desaparición progresiva de la fauna ictícola, proceso que ya comenzó con el manguruyú, continuó con el pacú y hoy avanza sobre el resto.
La pregunta inevitable es: ¿qué pasará cuando el último pez se haya extinguido? ¿Cómo les explicaremos a las generaciones futuras nuestra actitud omisa ante recursos que debimos proteger?
Comprendo que la sociedad atraviesa momentos difíciles y tiene prioridades relacionadas con su supervivencia. Pero eso no justifica la inacción frente a una depredación sistemática y evitable.
Por todo lo expuesto, y porque no quisiera que el futuro nos recuerde como la generación que permitió en silencio la extinción de estas especies, apelo a la ciudadanía a expresarse y tomar conciencia sobre el tema.
Ricardo L. Mascheroni

