El “caníbal de Daireaux” conmocionó a esa ciudad del oeste bonaerense en el invierno de 2008. Tres años después la Justicia lo declaró inimputable.
Un domingo frío de invierno hace 14 años, Raúl Ernesto Piñel recibió a los oficiales que llamaron a su puerta con una sonrisa inquietante en la cara y las manos ensangrentadas. Las paredes, el piso, todo a su alrededor, mostraba los restos del horror mientras una olla todavía humeante sobre la salamandra despedía un olor nauseabundo.
”Ahora lo tengo bien adentro”, respondió el hombre de 33 años cuando la policía le preguntó dónde estaba su padre, el dueño de la vivienda. Piñel quedó detenido y en ese mismo instante también nació la leyenda: se convirtió en el “caníbal de Daireaux”.
“No tenemos dudas de que este hombre se comió el corazón y los riñones de su padre. Solo se encontraron algunos restos en la olla”, aseguraron los investigadores. Esas partes habían sido fileteadas y salteadas a la provenzal. El resto de la víctima, vísceras y trozos de la columna vertebral, se podían observar a simple vista desparramados por el domicilio de la calle Antártida Argentina, entre Saavedra y Moreno, como si se tratara de un museo grotesco de lo macabro en esa localidad de 10 mil habitantes ubicada 400 kilómetros al sudoeste de Buenos Aires.
El origen del mal
Raúl Piñel era el mayor de tres hermanos, dos varones y una mujer. Testigo involuntario del carácter violento de su padre y de las discusiones que este mantenía con su mamá, la separación de la pareja no lo tomó por sorpresa cuando tenía 10 años, pero, dijo después, nunca lo pudo superar.
Se convirtió en un hombre parco y de escasos recursos económicos que no tardó en dejarse influenciar por un viejo amigo de la infancia que ya había pasado una temporada preso por robo.
Así cambió las changas ocasionales que le daban de comer por las horas interminables en un bar tomando alcohol y se alejó también de su esposa y de sus hijos para seguir a su compañero en su carrera delictiva. Lo siguió hasta la cárcel.
Los dos jóvenes intentaron entrar a robar, armados y encapuchados en un campo, pero los perros los delataron y el sereno los entregó a la Policía. Ese asalto frustrado, sumado a otras causas que tenía por el mismo delito y por riñas callejeras, le valieron varios meses tras las rejas, donde se terminó de perder.
Adorador del Diablo
En la cárcel, el ladrón de poca monta de treinta y tantos años se acercó a un grupo de presos que decía adorar al Diablo. Empezó a participar de rituales oscuros, se le endureció la mirada y, con el tiempo, no solo se ganó el respeto sino también el miedo del resto de los reclusos. Es que Piñel ya no hablaba solo, hablaba con el mismísimo “ángel de las tinieblas”.
El 20 de junio de 2008 ya estaba libre de nuevo, pero más excéntrico y solitario que antes. Incluso su mujer lo había abandonado y él, sin dinero para pagar un alquiler, se fue a vivir a la casa de su mamá.
Allí lo visitó su tío y entre mate y mate “El Caníbal” paseó al hombre por sus anécdotas carcelarias: “Una vez estábamos con los vagos. Tomamos algo, dijimos unas palabras, pedimos unos deseos y de repente se apareció el loco”. “¿Qué loco?”, le preguntó el otro. La respuesta lo dejó helado.
“¡El Diablo, tío! Nos dijo que si le cumplíamos, él nos iba a cumplir. No le voy a fallar nunca”, fue la respuesta de Piñel.
Un guiso criminal, a la provenzal
La noche anterior al crimen, la madre del homicida volvió a su casa y no encontró a su hijo. Casi al mismo tiempo Raúl se aparecía en la casa del padre con la intención de pasar ahí la noche. Se ofreció a preparar la cena y Raúl Prudencio Piñel, que en ese momento tenía 57 años, aceptó la propuesta sin imaginar el horror.
Nadie supo nunca con certeza qué fue lo que pasó esa noche entre ellos dos. Lo que sí se pudo probar fue que Piñel golpeó a su padre, lo degolló y lo descuartizó con un cuchillo Tramontina. Después, picó el corazón y los riñones del hombre y se preparó un guiso a la provenzal.
El macabro asesinato salió a la luz al día siguiente, cuando un vecino desprevenido pasó por la casa con la intención de tomar unos mates con Piñel padre. Se sorprendió cuando en lugar de su amigo fue el hijo de éste quien le abrió la puerta y se horrorizó cuando advirtió que había sangre en el piso. Lo golpeó el olor nauseabundo que provenía de la estufa.
El vecino se olvidó rápidamente del desayuno y se fue a buscar a la Policía, que un rato más tarde arribó al domicilio y descubrió la escena del crimen. Piñel hijo no se resistió a que lo llevaran detenido, pero le pidió a los oficiales que le dieran un ratito más”. “Ya curé y salvé a mi padre. Ahora me queda hacer lo mismo con mi madre”, argumentó serio. Las esposas se cerraron sobre sus muñecas antes de que volviera a abrir la boca.
La hipótesis de una ofrenda satánica
La principal hipótesis sobre la cual trabajó en un principio el fiscal que tuvo a cargo la causa, Omar Flores, de la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) 1 de Trenque Lauquen, conectaba el parricidio con algún tipo de ritual vinculado a una secta. Una suerte de ofrenda satánica que no logró sostenerse con el avance de la investigación.
Entonces una frase dicha como al pasar por el asesino delante de los policías puso el foco en los antecedentes violentos del padre y el odio que por él sentía su hijo. “Me las pagaste todas juntas”, habrían sido las palabras que dijo Piñel cuando lo detuvieron que derribó las versiones satánicas que circulaban hasta ese momento.
Finalmente, las pericias sobre la salud mental del homicida confirmaron lo que para los vecinos de Daireaux no era más que una obviedad: Piñel era un enfermo psiquiátrico que no pudo comprender la criminalidad de sus actos. La Justicia lo declaró inimputable en 2011 y desde entonces quedó bajo la tutela de un Juzgado de Ejecución Penal de Trenque Lauquen.
Considerado una persona peligrosa para sí mismo y para otros, Piñel también pasó un tiempo alojado en el neuropsiquiátrico que funciona en la Unidad 34 del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB), en la cárcel de Melchor Romero, en el partido de La Plata.
Allí, el “caníbal de Daireaux” tuvo como compañero de encierro a Leandro Yamil Acosta, quien en 2015 mató a sus padres y también comió un pedazo de su carne.