Hace seis años Fredy Heer empezó a recopilar el material de la muestra “Fotógrafos Contemporáneos”, un archivo argentino que hasta el momento no existía. La exposición de los 26 retratos –de un total de 80- coincidió con lo que él mismo define como “una encrucijada de vida”. Hace ocho meses le diagnosticaron ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), y a pesar de los obstáculos que se fueron presentando por el avance de la enfermedad, sigue trabajando porque es lo que ama hacer. Con el humor como aliado, y la ayuda de quien esté frente a su lente, captura instantes que trascienden el tiempo.
“Desde 1964 que saco fotos, y la pasión está intacta”, asegura en los primeros minutos de la videollamada con Infobae. Regala muchas sonrisas a medida que avanza la charla, y también algunos chistes, que son su sello personal para enfrentar las verdades más duras. “Me dicen ‘El Loco de la Holga’, porque en realidad es como para jugar; le entra la luz porque es de plástico, mido el foco con un centímetro, pero a mí me fascina”, cuenta sobre la cámara fabricada en Hong Kong en los ‘80, que en la actualidad es considerada de culto por una gran cantidad de admiradores de su simpleza y la composición artesanal.
En su momento esa misma cámara fue la que despertó la creatividad de Kevin Systrom, el joven norteamericano que creó Instagram junto a su compañero de universidad Mike Krieger. Un profesor se la recomendó para que capturara paisajes durante un viaje por Italia. Hacía fotos cuadradas un tanto desenfocadas y artísticas, revelaba las imágenes a mano y aprendió a virar los colores. Ese proceso fue el que inspiró la idea de los famosos filtros de la red social que tiempo más tarde adquirió Facebook.
Para Fredy también fue un camino de ida desde que compró la primera Holga en 1997 en Nueva York. “Desde ahí no la dejé más, y sigo usando cosas viejas, porque mis flashes son de los ‘70 en adelante, solo hay que saber darse maña”, señala. Algunas características técnicas que bien podrían ser limitaciones, se convierten en un desafío que lo entusiasma para lograr el mejor resultado posible. “Tiene una sola velocidad, dos diafragmas, pero yo uso uno solo; si hay mucha luz no sirve, y si hay poca tampoco”, enumera, además del factor del azar, que hace de las suyas en este tipo de fotografía.
Son 12 fotos por rollo, que se traducen en 12 oportunidades únicas que sabe capitalizar. Por retrato hace cuatro fotos, no más. El arte de la organización previa, el análisis de qué es lo que está por capturar, y los ojos como visor, siempre listos para encontrar alternativas gracias a su experiencia, le permiten lograr resultados que sorprenden. “Me dura un montón el rollo, porque mi búsqueda no es sacar 70 fotos de una esquina para tener una sola imagen buena; yo dedico una jornada entera a una sola cosa, para estudiarla bien, y después hacer la foto”, explica.
Nunca renegó de las nuevas tecnologías y usó cámaras modernas gran parte de su carrera como reportero gráfico, pero en estas últimas dos décadas encontró su identidad estética en el aparato que a simple vista podría parecer de juguete por su fabricación plástica, bajo su tutela se convierte en una poderosa herramienta artística. En tiempos donde los celulares ofrecen la inmediatez de sacar fotos al instante, existe una contracultura que elige retornar a otras metodologías de trabajo. “Sé que hay jóvenes que vuelven a lo analógico, que encuentran atractivo el proceso del revelado, y en mi caso después de haber gatillado hasta 10 rollos por día y haber pasado por tantas experiencias, me quedo con la Holga”, resume.
Antes de jugarse de lleno por su vocación, Fredy vivía en una granja en Esperanza, provincia de Santa Fe. Conoció a su esposa, Cecilia, cuando tenía 16 años, y están juntos hace más de medio siglo. “Siempre le agradezco que haya confiado y creído en mí, porque pasamos de vivir entre tambos, criadero de cerdos, gallinas, teniendo una vida estable económicamente, a trapear pisos, teniendo dos hijos chicos, de cuatro y siete años”, relata sobre el drástico cambio que vivieron cuando se mudaron a Buenos Aires. Hizo un intento fugaz de estudiar abogacía, pero no prosperó. “Por una materia, la materia gris”, bromea al respecto.
Había incursionado sesiones de fotos de carreras automovilísticas, pero soñaba con vivir de la fotografía, y se trasladó en búsqueda de más oportunidades. Arrancó con coberturas nocturnas, que le dieron la posibilidad de retratar a figuras de la revista porteña durante sus funciones en épocas doradas de la industrial teatral: Alberto Olmedo, Jorge Porcel, Darío Víttori y Juan Carlos Calabró; Alfredo Barbieri, Moria Casán, Susana Giménez; encuentros de noches de cine de Graciela Dufau, María Luisa Bemberg, Nacha Guevara y Graciela Borges; Pipo Mancera frente al Obelisco, Guillermo Francella con Xuxa; Gerardo Sofovich y el grupo musical Las Primas. El listado podría ocupar páginas enteras de libros, y en su viaje a Estados Unidos capturó imágenes únicas de Gerard Depardieu, Robert de Niro, Omar Shariff y Edward Kennedy.
En paralelo se codeaba con el mundo del arte plástico, desde que entró a una galería de arte ypreguntó si no les hacían falta fotos de los cuadros. Lo contrataron, y en 1985 trabajó con Raúl Soldi, con quien compartía el mismo sentido del humor y la humildad. En esos años retrató las obras del pintor Quinquela Martín, y más adelante se dedicó al mundo deportivo, donde a excepción de sumo, cubrió todas las categorías. Nunca salió a ningún lado sin su cámara, y así logro grandes hitos, como fotografiar a Diego Maradona no una sola vez, sino varias.
Las jornadas donde se sabía que El Diez podía aparecer, eran concurridas, y habiendo tantas fotos del astro del fútbol, era difícil lograr algo distinto. En 1995 se quedó conversando con un periodista en el predio de la AFA, y cuando ya se habían ido casi todos, fue testigo de una secuencia que pudo inmortalizar. “De repente veo que el aguatero le tira la botella de agua y Diego salta y la patea; todo era fútbol para él”, sentencia.
Cubrió también el mundial de Francia ‘98, y en los negativos que guarda –algunos aún sin revelar- hay futbolistas de todos los tiempos. Sin querer, el espíritu pionero lo acompañó siempre, porque en 2007 presentó la primera muestra de fotos sacadas con un celular. “Me regalaron el Motorola de tapita, y armé una exposición con cada fotografía de 10×15 que sacaba; después se hicieron muchas más”, recuerda.
Su mirada se agranda por momentos, cargada de un asombro genuino de que todas aquellas anécdotas componen su loable trayectoria. “A veces pienso que hay tanta gente que ha tenido una vida sin matices, rutinaria, con nada que haya vivido de forma extraordinaria, y entonces yo no me puedo quejar porque he conocido a muchos, he estado en muchos ámbitos distintos, y sigo retratando, a pesar de todo”, expresa. Cuenta que las sesiones de fotos no serían posibles sin la ayuda de sus amigos, y señala a quien está a su lado, Maximiliano Vernazza, que también es fotógrafo y está incluido en la muestra de Fredy por sus trabajos con Charly García y sus exposiciones sobre el barrio del Once.
“Me ayuda mucho con el traslado de las cosas, me pone el trípode; los retratados me ayudan a poner el dedo para poder sacar la foto, porque ya no me responde bien una mano; y si me tienen que llevar en silla de ruedas hasta el café para juntarme con amigos, lo hace; yo me siento muy bien charlando con ellos”, relata. Así como se las ingenia para encontrar soluciones a los imprevistos durante sus jornadas de trabajo, reacciona con una titánica fuerza de voluntad frente a la enfermedad que le diagnosticaron el 22 de julio de 2022. Resulta crucial la contención que le brinda su familia, compuesta por su compañera de vida, Cecilia –que es psicóloga y escribe poemas-, sus hijos Tamara y Martín, y su nieto Gustavo, de 5 años. “Ellos son mis ángeles guardianes, se preocupan mucho por mí, y están pendientes todo el tiempo”, dice conmovido, y recuerda el tierno diálogo que tuvo con su nieto lo acompañó mientras recibía un medicamento vía endovenosa: “Me dice: ‘Abuelo, tenés sangre’, y yo le dije: ‘No, es kétchup’; y me dice: ‘Entonces estás listo para el sándwich”.
Esos momentos lo recargan de energía, y reflexiona sobre lo que una vez escuchó sobre los pacientes de ELA. “A veces dicen que se autoexcluyen, que no se sabe realmente cuánta gente la tiene porque no es algo que se muestra, y por eso yo cuento que la tengo, porque me parece importante hablar y nombrarla, porque es parte de mi realidad”, remarca. Y arroja una contundente reflexión: “Muchas veces se asocia una enfermedad terminal con personas que no tienen ganas de vivir, con la sensación de que está todo perdido, y yo busco mostrar otra cosa, porque tengo ganas de seguir, de continuar con mis proyectos, y no de tirar la toalla”.
La palabra “todavía” adquirió un significado distinto en el vocabulario de Fredy, porque continuamente agradece poder caminar dentro de su casa, con dificultad, pero atesora tener cierta autonomía. “Hay muchas cosas que no voy a poder hacer más, y sé que algunas van a ser cada vez más difíciles para mí, porque la enfermedad me molesta, y sé que está ahí, que a veces será más molesta que otras”, expresa. No hay resignación en su sentir, sino más bien resiliencia, y mucha fe en el círculo de amistades y sus seres queridos.
“Nunca me enojé ni reaccioné con rencor. Yo soy de otra época, en la que te decían ‘los hombres no lloran’, así que una vez sola lloré: cuando salimos del médico con mi hija y me dijeron que tenía ELA; ahí salí a la vereda, y lloré”, confiesa. La pregunta de por qué tiene que pasar por esto, rondó en su cabeza durante varios días, con la impotencia a flor de piel, hasta que se hizo el cuestionamiento inverso: “¿Y por qué no me iba a tocar? Nadie está exento de nada en la vida, nadie tiene un boleto del azar comprado, pero sí un hermoso presente, y por eso son preguntas que no llegan a nada, que no suman”.
No tiene dudas de que el mayor desafío de la enfermedad es el deterioro físico, porque a medida que avanza se requiere de mayor asistencia externa, y por ende, se tiene menor privacidad. “Lo cruel es que uno en la mente está perfecto, consciente de todo lo que está pasando, y es difícil aceptar que ya no podés bañarte solo, y eso que yo todavía estoy muy bien, pero me estoy preparando para cuando haya aún más cosas para las que necesite ayuda; me adaptaré a lo que el cuerpo me permita, sin queja”, manifiesta con total honestidad. Pone como ejemplo que al mediodía no pudo usar los cubiertos y le pidió a su esposa que le diera de comer a cucharadas. “Sin enrosques, le dije y ella me ayudó, porque para qué me voy a hacer problema, si encima tengo la fortuna de vivir con el amor de mi vida”, sentencia romántico.
Ante la dificultad de sostener los flashes para sacar fotos, empezó a hacerlas con luz ambiente en una zona luminosa de su estudio. Su pasión y años de experiencia lo llevaron a pensar en qué regalo podía hacerle a la fotografía, y así surgió el sentido detrás de la muestra “Fotógrafos Contemporáneos”, que se inauguró el 17 de marzo en La Puerta Roja Open Studio, ubicado en Arenales 960, y estima que durante un mes se podrá visitar con cita previa.
“¡Fue maravilloso! Vinieron 120 amigos, entre los que estaban colegas, amigos y familia. Me decían: ‘Te prendiste de la pelota de Diego, ahora te prendés de la Holga, ¿cuánta fama querés?”, dice con una sonrisa. Como guiño de humor negro, llevó puesta una corbata de San La Muerte, la misma que lució para su autorretrato. Hubo abrazos, besos y mucha admiración por el registro que logró, que incluye a profesionales con más de 30 años de trayectoria, y con cada uno Fredy tiene una o varias anécdotas.
“Algunos me decían que hiciera un libro, pero tendría que ser una enciclopedia, y ese formato para este momento me parece aburrido, siento que es más dinámica la muestra. Retraté 80 personas que además de hacer buenas fotos, hayan hecho algo fuera del trabajo en sí, fotos que representen un legado, que carguen historia”, detalla. La curaduría estuvo a cargo de Andy Goldstein, que también estuvo a cargo de la producción de la muestra junto a Federico Brea y Maximiliano Vernazza.
“Es muy lindo seguir, y saber que siempre hay motivos para celebrar. En medio del evento una moza me preguntó qué quería tomar, le pedí champagne y me trajo una copa, pero como yo ya no puedo levantarla me daba ella en la boca, y me pareció hasta gracioso, porque yo no voy a bajonearme pensando en que no puedo solo, prefiero disfrutar con amigos”, expresa. Esa misma noche de debut un amigo le dijo una frase que lo conmovió muchísimo: “‘Lograste poner en una noche toda la fotografía argentina, tenés que estar orgulloso’, y la verdad es que tiene razón, tengo mucho que agradecer”.
Debido al anonimato que a veces envuelve su profesión, limitada a un nombre que figure en los créditos en el mejor de los casos, está convencido de que es una vocación que se elige por una alta cuota de pasión. “Estando sano siempre te va a quedar alguna materia por rendir, pero ahora en mi situación yo ya no pienso en qué me faltó, porque por más que la enfermedad en algún momento me va a ganar, mientras tanto voy a seguir disfrutando y haciendo”, enfatiza.
En su libro “Panorámicas” hay 28 fotos tomadas con otro modelo de Holga, y asegura que solo había 28 negativos, la misma cantidad, porque tal como explicaba al comienzo, se tomó el tiempo de componer cada fotografía y capturar la definitiva en el primer intento. Otro proyecto que llevó adelante se llama “la cámara de papel”, donde hizo posar a otros fotógrafos con una cámara de papel en sus manos, y cada quien posa de una forma diferente frente al lente al sostener la representación de su herramienta de trabajo.
Actualmente también saca fotos a locales y comercios junto a sus dueños, en la búsqueda de transmitir la esencia con su cámara Holga. “Ojalá que las personas que tengan esta enfermedad, o alguna otra, tengan la mitad del ánimo que yo tengo”, anhela. Vernazza, a su lado en la entrevista, captura el instante con una foto, porque está registrando fragmentos de su vida desde que tuvo el diagnóstico. “Le di una tarea no muy amable, pero nos reímos mucho, charlamos un montón y lo está haciendo maravillosamente”, expresa.
“Él siempre me dice que quiere estar el menor tiempo posible en la cama, porque sabe que en algún momento ahí es donde va a pasar la mayor parte del tiempo, y por eso lo acompaño a donde quiera a hacer sus fotos, porque lo veo transformarse por completo cuando está en el lugar haciendo su magia”, reflexiona Vernazza, con admiración.
La entrevista culmina con muchas más respuestas que preguntas, con la alegría de Heer de que sus hijos pudieron ver su nombre y apellido en esta muestra que representa nada más y nada menos que la capacidad de atesorar el tiempo, el talento argentino, y la hazaña de cargar los ínfimos segundos de sentido. En el interior del catálogo que da la bienvenida a la exposición hay un texto escrito por Fredy que resume a la perfección su habilidad de reinventarse: “No sé si podré seguir retratando con mis manos o tendrán que ayudarme a apretar el disparador; pero no me amedrenta esta posibilidad, seguiré mi romance con Holga, esa bella y sencilla cámara de plástico, hasta que uno de los dos deba abandonar”.
Fuente: Infobae