Graciela Fernández Meijide recibió a Infobae en su casa, con la hospitalidad y sencillez de siempre. Pasaron más de dos décadas que este cronista la entrevistó por primera vez. La cita gardeliana tuvo una contundencia inapelable: 20 años no es nada. En su casa del barrio porteño de Belgrano, aceptó una entrevista que le exigió a sus 92 años más de lo aconsejable.
Con lucidez y agudeza, habló del 24 de Marzo, del Día de la Memoria, de su lucha por encontrar a Pablo -su hijo arrebatado una noche de 1976 por la dictadura, con sólo 17 años- pero no rehuyó la actualidad y señaló lo que, a su entender, son desvíos de una lucha, sobre todo, ética y profundamente humanista: la pelea por justicia.
No dudó en subrayar que el alineamiento con el kirchnerismo de Abuelas y Madres de Plaza de Mayo y de otros organismos de derechos humanos pudieron desperfilar su naturaleza independiente, ajena a todo gobierno. Y que ese extravío terminó siendo instrumentalizado en términos políticos. Como en los actos de hoy, donde se entremezcló las reivindicaciones por Memoria, Verdad y Justicia, con la supuesta “proscripción” de Cristina Kirchner.
“Fueran 30.000, fueran 8.000, es una barbaridad”, advirtió la dirigente, ex diputada, senadora y ministra, pero sobre todo integrante de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) que estuvo involucrada en la primera fila del esfuerzo monumental -y a la vez doloroso- de investigar y reconstruir la infernal actuación de la dictadura que empezó en 1976 y duró hasta diciembre de 1983.
Desde esa autoridad, señaló que los documentos no hablan de 30 mil desaparecidos y que, además de los militares condenados por estos crímenes aberrantes, también los líderes de las organizaciones armadas tienen responsabilidad por no darle a la Argentina la verdad de quiénes y cuántas fueran las víctimas arrasadas por el terrorismo de Estado. Porque cada vida es única y merece la dignidad de su reconocimiento individual.
Y subrayó con especial intensidad el presente de quien fuera el líder de Montoneros, Mario Eduardo Firmenich: “Está asesorando a Daniel Ortega, un dictador. Que les quitó a ciudadanos de Nicaragua su nacionalidad, que es parte de la identidad”.
Miembro del Club Político Argentino, Graciela Fernández Meijide rechazó la embestida contra la Corte Suprema y algunos jueces que impulsaron sectores del kirchnerismo, y la vinculó a que “Cristina Kirchner quiere que le saquen las causas judiciales de encima”. También se refirió al año electoral en ciernes.
Con un estilo franco y desprovisto de artificios intelectuales, admitió que por delante tiene la tarea irrenunciable de “sobrevivir”, mientras destacó que sigue involucrada en tres organizaciones vinculadas a la política y a los derechos humanos. También, evitó autocríticas fútiles: “Pude haber hecho algunas cosas mejor, pero cuando las hice no sabía que existían mejores alternativas”.
- Le pido una reflexión de este Día de la Memoria, desde lo personal y también desde lo político, a la luz de los 40 años de democracia.
Con el advenimiento de la democracia se acabó una dictadura que empezó el 24 de marzo el 76, pero era el sexto golpe desde 1930. Fue el más brutal, el que trajo las peores consecuencias y mucho sufrimiento. Inauguró un sistema de persecución política, que fue la desaparición forzada de personas, un sistema que les trajo el castigo a sus ideólogos. Porque después, cuando se pudo recuperar la democracia -derrota en Malvinas mediante- le siguió una investigación a fondo ordenada por el gobierno de Alfonsín y un juicio. Un juicio que es inédito hasta el día de hoy en el mundo, que los condenó por ese sistema.
¿Qué puedo decir desde ese momento, pasando por la recuperación de la democracia, hasta ahora?
Que en ningún momento y a pesar de todas las crisis que pasamos -siempre de niveles económicos con consecuencias políticas- no hubo como había antes una expresión clara desde algún sector con poder que dijera “que vuelvan los militares”. Hoy a nadie se le ocurre pensar que los militares pueden gobernar porque, además, siempre gobernaron mal.
- Cómo enfrentó durante todos estos años la ausencia de Pablo, su hijo.
Los días anteriores al golpe tuve muchas discusiones con amigos míos de izquierda, que decían que Videla era democrático, iba a dar el golpe para sacar a Isabel que no servía para nada -ellos eran muy antiperonistas, por cierto- y después llamaría a elecciones. Yo les decía: “¡Por favor, esto viene diferente! Miren lo que está pasando en Chile”.
La dictadura en Chile se había instalado antes que acá y yo había tenido un instituto de idiomas donde tenía refugiado a un médico argentino que estando en Chile y trabajando con Allende se escapó y se vino a la Argentina, hasta conseguir refugio que le otorgó la ACNUR en Brasil. Estuvo en mi instituto y me contó lo que estaba pasando allá.
Lo que se venía acá era como lo de Chile, no era un golpe cualquiera. Era un golpe que venía acompañado de una intencionalidad, que se inscribía como parte de la Guerra Fría.
- ¿Cree que también se dio ese golpe porque la democracia no daba respuestas a los problemas que tenía su tiempo?
El golpe del 76 es aprobado por una parte bastante amplia de la sociedad y era bastante lógico que así fuera. ¿Por qué? Desde los años 60, que empezó la resistencia peronista, se pasó en los 70 a conformarse organizaciones armadas, que en el caso de Montoneros, pone su carta de presentación con el asesinato Aramburu. Y después, al final, Perón vuelve y termina echando a esa “juventud maravillosa”.
- También, con Perón en el país mataron a José Ignacio Rucci, que era un dirigente de su más estrecha confianza.
Mataron a Rucci y después, cuando muere Perón, aparece la Triple A, que empieza a matar indiscriminadamente y a dejar los cuerpos en la calle, para dar terror, cosa que consigue. Por lo tanto, están las Fuerzas Armadas de un lado, las organizaciones armadas del otro y, en el medio, la gente que tenía miedo. La salida por el lado de los militares a la sociedad no le pareció ilógica.
Después, obviamente, nadie sabía que iba a llegar adonde yo, pero nosotros tuvimos el “por algo será”, tuvimos las obleas que se pegaban en los autos que decían “Somos Derechos y Humanos”, que era lo que decía la dictadura.
- Ahora desde sus vivencias ¿qué recuerda de esos momentos y, sobre todo, cuando tuvo que empezar a buscar a Pablo?
Una cosa es el momento en sí mismo en que estalla la dictadura, donde mi convicción es que iba a ser dura, sin imaginar jamás la dimensión y mucho menos que nos iba a tocar a nosotros. Cuando se llevan a Pablo y yo empiezo a hacer los trámites típicos de cualquier ciudadano, que es la denuncia policial, un habeas corpus, siento concretamente como se perdía la condición de ciudadano.
- A ver.
Dejé de ser ciudadana, como dejó antes de ser ciudadano Pablo y toda mi familia y todos aquellos que, recurriendo a las instituciones que tenían que garantizar derechos, encontraban con que esas instituciones le daban la espalda.
Fuente: Infobae